En el antiguo campo santo del pueblo, la familia de Leovigildo Méndez (Rubio Gelín) tuvo que desenterrar las osamentas de abuelos y abuelas para sepultarlas en el nuevo, un lugar que suponían seguro y solemne. Jamás imaginaron que perdían su tiempo. Ha sido igual.
En el fosal viejo todo es irreverencia. Allí, donde la autoridad ni por asomo ronda, la norma es el desorden. El cuidado está ausente.
La imagen semeja un potrero abandonado. Las tumbas apenas se ven; las hierbas las han forrado. El sitio es campo abierto para pastos de chivos. Es una guarida para fugitivos, consumidores de drogas prohibidas, negocios turbios y prostitución. Es otro mundo, sin verja, ya sin cruces ni nada alegórico, sin nadie que vele por su puesta en valor, ni siquiera porque se está en modo turismo.
“Si quieres saber cuánto me hiere, te digo que ahí estaban enterrados mis cuatro abuelos, los paternos y los maternos, y, aunque los trasladamos hace algún tiempo hacia el otro cementerio, ahí queda una serie de cadáveres cuyos parientes tienen el mismo sentimiento que yo y sé que se sienten molestas e incómodas. No hay seguridad, ni en ese cementerio, ni en el nuevo. El rumor público dice que ahí se hace de todo, desde actos sexuales hasta el consumo de sustancias prohibidas, y, para colmo, se esconden los delincuentes”, cuenta con nostalgia.
Ricardo Estévez, agrónomo: “Eso lo veo como un monumento histórico porque ahí, quizás, posan los restos de algunos de los fundadores de Pedernales. Deben acondicionarlo, valorizarlo, proteger la memoria de los fieles difuntos que allí posan y declararlo como un monumento histórico. Lo que están haciendo ahora es profanándolo. Están cogiendo los huesos para hechicería con los haitianos. Hay muchas tumbas profanadas”.